lunes, 17 de diciembre de 2018

Viver longe dos irmaos

Houve um tempo em que morar na mesma casa é que era o problema. Começamos com as disputas pelos brinquedos, depois pelo controle remoto, evoluindo para a trilha sonora no carro e o tempo de ocupação do banheiro. Tudo era razão para eclodir um embrião de guerra civil.

Todos nós já desejamos, do alto da nossa imaturidade convicta, que eles desaparecessem daquela casa. Que eles não acabassem com as bolachas recheadas, não comessem o último pedaço da lasanha, nem sumissem com as nossas meias preferidas. Já gritamos enfurecidos, dizendo que preferíamos dividir quarto com um animal qualquer do que com eles.

E então os anos passaram e finalmente saímos de casa. Nós ou eles, ou nós e eles. Carreira, estudos, casamento ou qualquer outra razão fez com que aquele velho ninho da discórdia passasse a fazer parte apenas da memória e não mais de um dia a dia conturbado.

Pareceu-nos, muitas vezes, na ignorância da infância ou na estupidez da adolescência, que a felicidade seria muito mais viável sem a presença diuturna daquelas criaturas que insistiam em invadir nosso espaço, apesar de todas as ameaças que julgávamos lhes fazer.

Mas essa ideia, como tantas outras que imaginávamos sobre a vida adulta, era uma cilada.

Hoje descobrimos que é extremamente dolorido ter que aproveitar a presença deles em eventos com hora marcada para terminar. Almoços, jantares, visitas. Que coisa sem cabimento. Eles têm hora para ir embora? Eu tenho hora para ir embora? Não, espera aí. Irmãos não foram feitos para ir embora. Foram feitos para ficar aqui, para podermos brigar sem pressa, ofender sem querer e amar sem prazo.

Agora nos flagramos adultos, acelerando as conversas quando nos vemos, tentando aproveitar-nos ao máximo, lutando contra o relógio. Nos vemos tapando buracos com mensagens de whatsapp e linkando seus nomes em publicações de redes sociais que só eles entenderão. E às vezes, como quem sente uma pontada no peito, nos damos conta de que isso é tão, tão pouco.

As distâncias variam. Alguns moram a 50 metros, outros a 50km. Outros mais sofridos vivem a 500km ou 5.000km. Em sua medida, todos sabem como doer. Os beliscões de antigamente foram substituídos por abraços sedentos. E nós descobrimos que os abraços raros doem muito mais do que os beliscões raivosos.

É bom saber que todos tomamos algum rumo, ainda que torto. É bom ver que a vida de cada um de nós caminhou. Mas é quase insuportável a ideia de tornar-se um espectador na vida de um irmão. Logo nós! Logo nós que sempre fomos os protagonistas de todos os espetáculos e shows de horrores das vidas deles… Logo nós.

Irmãos nunca deveriam ficar longe uns dos outros. Juntos sempre foi melhor. Brigando, criticando, estapeando. O problema é que a vida adulta não nos faculta o luxo do perdão automático, nem da memória curta. Talvez por isso o tempo nos obrigue a aceitar alguma distância. Talvez, depois de abandonar a infância, a distância seja exatamente o que nos mantenha mais unidos.

Não sei. Sei que, de um modo ou de outro, machuca. Ir embora sem conversar tanto quanto queria, pedir socorro às tecnologias para sentir-se menos distante, não ter nem tempo para brigar e beliscar como sempre foi. Mas é uma daquelas dorzinhas de sorte. Da qual só usufrui quem teve a sorte de ter um irmão presente, que já foi odiável e irritante, mas que hoje é uma saudade diária e a certeza de que para estar junto não é preciso estar perto.

QUEM FAZ
RUTH MANUS é advogada e professora universitária. Lê Drummond, ouve pagode, ama chuchu com bacon e salas de embarque. Dá risada falando de coisa séria. Não perde um XV de Piracicaba contra Penapolense por nada. Sofre de incontinência verbal, tem medo de vaca e de olheiras, que nem todo mundo.

miércoles, 25 de julio de 2018

Nuestro Cerebro: Mantenimiento Preventivo

 La regla de las 10.000 horas
“Lleva mucho tiempo llegar a ser joven” (Pablo Picasso)
En un libro del que se ha hablado mucho recientemente, Fueras de serie, Malcolm Gladwell postula la regla de las 10.000 horas. Según las estadísticas recogidas por el autor, es el tiempo que necesita aplicarse a una misma actividad cualquier persona para alcanzar la maestría.
Contrariamente a lo que se cree, el cerebro de un genio no es diferente del de alguien común y corriente, tal como se comprobó en la disección del de Einstein. Todos tenemos más talento para unas disciplinas que para otras, pero lo que distingue a la persona brillante del resto son esas 10.000 horas que ha dedicado a una misma cosa, sea el violín, la informática o la gestión de un negocio.
Esta regla también se aplica al rendimiento del cerebro. Según los neurólogos, cuando lo mantenemos ocupado a través de la lectura, la creación artística o el juego, aumenta la llamada memoria automática, que es la que nos permite hacer cosas sin pensar en ellas.
Es el caso del ajedrecista que, en los primeros compases de la partida, mueve sus piezas sin tener que cavilar. O el de un pianista de nivel que interpreta una compleja partitura mientras habla con alguien. Su esfuerzo y constancia les han procurado un seguro de vida para sus facultades intelectuales, que operan incluso sin que intervenga la conciencia.
Algunos ejemplos de que la agilidad mental no está reñida con la edad fueron Miguel Ángel, que dio luz a sus mejores obras de los 60 a los 89 años, hasta su último día de vida. Goethe terminó su obra maestra Fausto a los 82 años.
Su secreto tiene dos ingredientes básicos: trabajo e ilusión.

Las 7 claves de un cerebro joven

“Envejecer es un mal vicio que no se pueden permitir los que andan muy ocupados” (André Maurois)

Como no todo el mundo tiene tiempo o ganas de escribir novelas o de tocar el violín, vamos a ver las claves para mantener el cerebro joven a cualquier edad.
Según el divulgador William Speed, hay siete cosas que todo el mundo debería hacer para que su centro de operaciones no  vea menguado su rendimiento:
1. Ejercicio. Según los especialistas en terapias anti-edad, el mejor tonificador del cerebro son las zapatillas de deporte, ya que mejoran el ritmo cardiaco y, por tanto, la circulación de la sangre. Un cerebro bien irrigado mantiene en buen estado las conexiones entre las neuronas, que son esenciales para el pensamiento. Por tanto, el ejercicio suave suministra más sangre y oxígeno a nuestro tejido cerebral, evitando que se deteriore.
2. Buena alimentación. El consumo de alimentos ricos en antioxidantes –frutas y verduras, legumbres, frutos secos, té verde– no sólo ayuda a prevenir el cáncer, sino que neutraliza los temidos radicales libres que envejecen el cerebro. Una dieta demasiado grasa, además, puede derivar en presión arterial alta, diabetes, obesidad o colesterol, los cuales dificultan el riego sanguíneo también en el cerebro.
3. Aprender siempre.  Aunque nuestra materia gris empieza a envejecer a los 30 años, un aprendizaje constante permite mantener la agilidad. Para ello debemos procurar a la mente ejercicios y nuevos desafíos.
4. Mantener la calma. Jeansok Kim, un investigador de la Universidad de Washington, asegura "que el estrés puede dañar los procesos cognitivos como el aprendizaje y la memoria". En especial, el estrés crónico debilita la región del cerebro denominada hipocampo, donde se forma y consolida la memoria.
5. Dormir suficiente. Un estudio llevado a cabo en Harvard con estudiantes de matemáticas demostró que un buen descanso nocturno duplicaba la capacidad de los participantes para resolver problemas planteados el día antes. Esto se debe a que, mientras dormimos, el cerebro se mantiene activo y tiene tiempo de sintetizar lo que ha aprendido con anterioridad. La expresión “voy a consultarlo con la almohada” tiene, por tanto, mucho sentido.
6. Reír. El humor estimula la generación de dopamina, una hormona y neurotransmisor que nos hace “sentir bien”. La risa nos ayuda a relativizar nuestras preocupaciones, con lo que evitamos que nuestra mente se ancle.
7. Aprovechar la experiencia. Lo bueno de hacerse mayor es que atesoramos un archivo con millones de situaciones que nos proporcionan criterio. Esta información podemos aprovecharla para afrontar problemas –nuestros o de otras personas– para los que una persona joven no está preparada.
Juegos para el cerebro.

“Los seres humanos no dejan de jugar porque envejecen;  y envejecen porque dejan de jugar” (Oliver Wendell Holmes).

En las farmacias se venden sofisticados complementos vitamínicos para nutrir nuestro músculo pensante, y las tiendas de productos naturales recomiendan ginseng para la vitalidad y gingko biloba para reforzar la memoria. Sin embargo, la mayoría de especialistas coinciden en que el juego es el protector número uno de las facultades mentales. La terapeuta Amber Hensley aconseja incorporar a nuestra rutina diaria alguna de estas actividades para mantener bien lubricada nuestra red neuronal:
• Juegos de mesa como el ajedrez, las damas, el dominó o las cartas, incluyendo los solitarios.
• Rompe cabezas, mecanos y otros juegos de construcción.
• Crucigramas, sudokus o cualquier pasatiempo.
Para los que se aburren con esta clase de pasatiempos, aprender un idioma es una excelente manera de engrasar todos nuestros circuitos cerebrales, ya que implica ejercitar la memoria, entender nuevas estructuras y sintetizar reglas gramaticales.
Por supuesto, dos actividades como leer y escribir también resultan una gimnasia mental de primer orden, al igual que aprender a tocar algún instrumento musical.
Una actitud optimista será el complemento imprescindible para que nuestro cerebro sea un generador de creatividad en lugar de un pozo de lamentos.
Alimentar la curiosidad y celebrar cada día que pasamos en el mundo es todo lo que hace falta para no retirarnos nunca del lado soleado de la vida.
Como reza un proverbio irlandés,

“nunca lamentes que te estás haciendo viejo, porque a muchos les ha sido negado este privilegio”.
 ncia: jugar, divertirse, ponerse nuevos retos. Mantener la ilusión cada día y no renunciar a los valores de la infancia es el elixir de la juventud. También para el cerebro, pues en cuanto empiezas a pensar como un viejo ya has perdido la batalla. Por eso es bueno que los abuelos estén cerca de sus nietos y les vean jugar e imaginar. Los niños son nuestros mejores maestros” (Gerard Rosés, pintor).

"Nada en esta vida es producto de la coincidencia o de la casualidad, lo que hagamos en este mundo, mientras la materia del cuerpo tenga vida, tendrá repercusiones en la eternidad de nuestro espíritu."

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Osvaldo Garnica

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